Ushuaia (km 3220)
Por la mañana nos dedicamos a acomodar y limpiar el lugar y preparar todo para emprender el regreso.
Mientras escribo esto pienso en la cantidad de lugares que me quedaron sin conocer. Y tal vez sea que cuando te fijas como objetivo el llegar hasta Ushuaia, el resto de las cosas que se podrían hacer quedan muy en segundo plano. Procuraré la próxima vez que visite este lugar quedarme unos días más. Pero bueno… ya estaba decidido: ¡a continuar viaje!
Entre una cosa y otra terminamos saliendo un poco tarde, aunque siempre contamos con la ventaja que ofrece al viajero el verano austral con sus días largos.
Mientras transitaba la ruta de regreso hacia el paso Garibaldi, pensaba en como el mismo camino puede tener varios paisajes: el de ida, el de vuelta, el de mañana, el de tarde… y siendo que nos estábamos yendo –y sin saber cuándo regresaré- aprovechamos para tomar las últimas fotos de esos bellísimos lugares.
Habiendo iniciado el camino de regreso, algo en mí no quería que me apurara. Recordaba los días que habían pasado desde que salí de Córdoba. Hacía el esfuerzo por retener ese momento en mi memoria, esa vivencia, ese sentimiento, esos paisajes… Me preguntaba si alguna vez podré regresar. Si podré volver a hacerlo en moto. ¡Mierda que es lejos! Y mis ojos “escaneaban” todos esos hermosos paisajes para retenerlos en la memoria y que no se borren nunca. ¡Mierda que es lejos!…
Viviéndolo como un visitante, no puedo evitar pensar en todas esas personas que hace años llegaron aquí desde el norte del país buscando trabajo y un mejor pasar. Y tuvieron que dejar todos sus afectos, familia, amigos… lejos, realmente lejos. Cuando te dicen que Ushuaia y Tierra del Fuego es el “Fin del mundo”… creeme… ES el “Fin del mundo”.
Se sucedían Paso Garibaldi, el lago Fagnano, Tolhuin, y como un hechizo que termina, poco a poco desaparecen las montañas, la nieve, los lagos y bosques. La ruta se vuelve llana y casi sin darnos cuenta nuevamente nos encontramos con el paisaje que nos acompañará en los 3.000 kilómetros que aun nos faltaban para llegar a casa.
Cuando llegamos a Río Grande nos dirigimos directamente al Hostel Argentino, que tan bien nos había recibido unos días antes. Causalmente había una habitación para Rogelio y una habitación compartida para mí. Si lo hubiéramos planeado no nos salía tan bien.
Mientras descargaba las alforjas de la moto pensaba quién será mi compañero de cuarto. Era la primera vez en el viaje en que debería compartir la habitación con alguien desconocido. Es algo común en hostels, pero nunca lo había hecho. Golpeo la puerta, entro y allí estaba este señor mayor, de cabello canoso y rostro amable que se presentó en un muy correcto español con acento extranjero. Se encontraba leyendo atentamente un libro.
Demoré un rato más en llevar a la habitación todas mis cosas. Me presenté, lo saludé, fui a darme una ducha, luego a cenar al mismo restaurante de la esquina donde unos días antes había cenado con Karina. Allí me enteré que pertenece al papá del encargado del hostel y hacen descuento para los huéspedes.
Regresé y me fui derecho a dormir, tratando de molestar lo menos posible a mi compañero de cuarto que ya se encontraba durmiendo.
Al día siguiente nos esperaba un día largo: debíamos cruzar dos aduanas, muchos kilómetros de ripio y el cruce del estrecho de Magallanes en balsa.
