Caleta Olivia (km 1952)
Ese día arrancamos muy temprano desde Caleta Olivia. Nuestro destino: Comandante Luis Piedrabuena.
La mañana estaba muy fría y por primera vez conecté el chaleco eléctrico Sraggio, que resultó uno de los elementos más útiles que usé en todo el viaje. El frío desapareció como por arte de magia. ¡Una maravilla! Sobre la moto la sensación térmica es aproximadamente 10 grados menos que la temperatura ambiente. Por lo que si había unos 8° al lado del mar en Caleta, imaginate en ruta a 90 km/h.
En la primera parada a cargar nafta, en Fitz Roy, nos cruzamos con los primeros moteros. Es increíble la naturalidad con la que uno comienza una conversación con un colega motero… no importa el idioma o la moto… enseguida te encontrás presentándote e intercambiando información y comentarios sobre la ruta, las motos o lo que sea.
En la siguiente, en Tres Cerros, nos encontramos con un par de moteros simpatiquísimos que también viajaban a Ushuaia. A uno de ellos le falta su pierna izquierda y para poder viajar adaptó su moto –una hermosa Kawasaki 440 modelo ‘81– para cambiar las marchas con unas levas en el manillar. ¡Hay que tener voluntad para hacer un viaje como este con esa dificultad!
Mientras tomaba un chocolate bien caliente apareció un grupo de motos enormes con un sonido inconfundible…
Eran moteros franceses que estaban recorriendo la ruta 3 desde Buenos Aires hasta Ushuaia. A través de un organizador, con el cual pudimos conversar muy amablemente, trajeron las motos en barco desde Francia a Buenos Aires, ellos viajaron en avión y acompañados por un par de vehículos de apoyo estaban haciendo su experiencia viajando al “fin del mundo”.
Ya han viajado de esta forma a varios lugares de Sudamérica, donde dicen “hay lugares excepcionales, rutas abiertas, son bien tratados y ¡se come muy bien!”.
La siguiente escala sería en Puerto San Julián, donde –como ocurre a menudo en estos viajes- nos volveríamos a encontrar con nuestros ya mencionados moteros y el grupo francés de las Harley que a esa hora estaban almorzando en el restaurante de la estación de servicios.
Rogelio, que ya conocía esa localidad, nos llevó a dar una vuelta para mostrárnosla. Sobre la costa hay una réplica de la “Nao Victoria”, nave perteneciente a la expedición de Fernando de Magallanes, que pasó por estos parajes en 1520. Está construida a escala real y me impresiona pensar que en “eso” alguien pudo haber llegado hasta aquí cruzando el Atlántico.
También hay un monumento en homenaje a los combatientes de Malvinas.
No pudimos recorrer mucho más, pero esta localidad me gustó, lindo entorno, prolija y limpia.
Al llegar a Piedrabuena paramos en una estación de servicios donde nuevamente nos encontramos con nuestros colegas moteros que habíamos conocido esa mañana en Tres Cerros. Ellos seguirían viaje hasta Río Gallegos.
Alquilamos una cabaña en un predio muy lindo llamado “Complejo Isla Pavón”. Me sorprendió lo lindo del lugar, tal vez por el contraste de ver tanta agua, árboles y mucha vida silvestre. ¡Bello lugar! Costo u$s 45 la noche, lo que no me pareció caro siendo una cabaña para 6 personas.
Ese día empecé a sentir una molestia, una picazón en la garganta, probablemente debido a que en un momento pasé frío cuando dormí en Caleta Olivia, donde por la noche bajó mucho la temperatura y dejé sin darme cuenta una ventana abierta. Y de repente me dio algo así como pánico de enfermarme, porque muchas veces lo que empieza con una leve molestia en la garganta termina siendo una gripe… En ese instante tomé conciencia de que no podía enfermarme en un viaje estando a 2300 km de mi casa. Le comenté mi temor a Rogelio y me hizo un comentario basado en su experiencia que creo fue muy atinado. Me dijo que es normal que tenga miedo, pero en el transcurso de un viaje tan largo como este el cuerpo se va adaptando a las exigencias, al ritmo del viaje, el clima y los horarios. Yo, por las dudas, fui hasta el pueblo, encontré una far-macia y compré todo lo que recordé que mi doctora me recetó la última vez que me había enfermado de una gripe-bronquitis: un antibiótico y un expectorante. Sé que no hay que automedicarse, pero dada las circunstancias no podía permitirme el lujo de enfermarme allí. Mientras me metía en la cama esa noche pensaba en el consejo de Rogelio, que tenía que tener la actitud más positiva que pueda… y empecé a tomar el antibiótico.