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Un viaje a Ushuaia en moto: día 7

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San Gregorio (km 2672)

Desayunamos, cargamos las motos, nos abrigamos bien porque no sabíamos cómo iba a estar el clima en la costa del estrecho, y partimos rumbo a la balsa. Llegamos en el momento justo: prácticamente nos estaba esperando. Me presenté con la moto frente a la rampa de entrada y un señor nos indicó donde debíamos estacionar las motos. Esperé en vano que alguien nos diera algo para sujetarlas… ¡pero no nos dieron nada! ¡Debía sostenerla uno mismo! Pensé qué bueno venir acompañado. ¿Hubiera podido dejar la moto sola, apoyada en su caballete, para ir a hacer el pago del traslado? Mientras yo sujetaba la moto de Rogelio él fue a pagar el traslado y aprovechó para dar una vuelta por la balsa, luego haría lo propio yo.

El cruce duró más o menos 15 minutos. Nuestras motos habían quedado en primera fila para salir, así que en cuanto la balsa tocó tierra y bajó la rampa partimos raudamente rumbo a Río Grande.

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Aclaración: al momento de realizar el viaje (enero de 2016) faltaban de pavimentar aún 120 kms de ruta. Actualmente está todo el lado chileno pavimentado quedando solamente 10 kms de ripio entre la frontera Chile-Argentina y el puesto de aduana argentina. En el mapa muestro el recorrido que hicimos, que de los dos caminos de ripio era el que nos habían sugerido por estar en mejor estado. La ruta asfaltada es la que está pintada de amarillo (ruta 257).

Una vez en tierra, pasando el desvío hacia Cerro Sombrero, comenzaría lo que para mí era “el ripio tan temido”: 120 km de ripio imposibles de evitar si quería llegar a Ushuaia. Para ello había adaptado mi moto para cubiertas con tacos -como podrás apreciar en las fotos- pero mi única experiencia previa de viajar en ripio o tierra fueron 18 km que hice en el tramo Copina – El Cóndor en Córdoba, que no era ni parecido a lo que luego me encontraría allí.

Ruta de ripio en Tierra del Fuego rumbo a Rio Grande
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El único consuelo que me quedaba era que Rogelio llevaba en su moto cubiertas estándar de asfalto y encima ¡con acompañante! Si el podía pasar… ¿cómo no iba a pasar yo? Y la verdad es que lo pudimos hacer sin problemas. ¡Lentos pero seguros! Se hicieron largos esos kilómetros. Al final llegamos a la frontera chilena y 10 km más adelante la aduana argentina y la estación de servicios del ACA. Allí paramos a comer. La verdad es que necesitaba comer algo. Almorcé un tostado pequeño y con un café con leche. Aprovechamos para aseamos y sacarnos un poco el polvo de encima y luego seguimos viaje hacia Río Grande. La temperatura bajó bastante y el frío se hacía sentir: tal vez porque en esa parte el recorrido se hace bordeando el mar además de la falta de un buen almuerzo y la hora.

Yamaha Fazer YS250 en el ripio de Tierra del Fuego rumbo a Ushuaia
Yamaha Fazer YS250 en el ripio de Tierra del Fuego rumbo a Ushuaia

Aún era de día cuando llegamos a Río Grande. Yo había estado allí hacía varios años y no la recordaba tan linda. Me sorprendió gratamente. En los días previos me había comunicado vía whatsapp con Karina para que me hiciera el favor de averiguarme de algún hospedaje “bueno-bonito-barato” para alojarnos. Encontró uno pero cuando llegamos nos dimos con que no tenía lugar para guardar las motos. Dejarlas en la vereda no era una opción. La dueña del lugar gentilmente nos refirió al Hostel Argentino, que después descubrimos que es un lugar muy frecuentado por viajeros en su peregrinar a Ushuaia.

“Causalmente” llegamos y había habitaciones libres. Nos alojamos, me di una buena ducha caliente, y luego fui a cenar con Karina en el restaurante de la esquina (“Café Lautaro”: se cena muy bien y rico) donde nos quedamos conversando hasta que la nuestra fue la última mesa ocupada y los mozos ya nos miraban feo…

Mientras estaba recostado en mi habitación pensaba qué misteriosa es la vida a veces que permite estos re-encuentros. Las vueltas de la vida hicieron que se enterara por mis posteos en facebook que iba en viaje hacia Ushuaia y pudimos encontrarnos en Río Grande. Teníamos mil cosas pendientes de conversar y fue maravilloso encontrarme con alguien tan querido así como “sin querer queriendo” a 3.000 km de casa. Aún no sé cómo llamar a estos encuentros bellos y a la vez extraños.

Creo que el espíritu del viajero atrae este tipo de cosas… no sé. Y pensando en todo esto me quedé plácidamente dormido.

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