Río Grande (km 3432)
Esa noche dormí mal. Alguien había subido el termostato de la calefacción que se encontraba en el pasillo y mi habitación se convirtió en un horno. Como habrá sido que Cor había abierto la ventana de la habitación para refrescarla un poco.
Cor Van de Polder es el nombre de mi compañero de habitación. Es holandés, pero habla muy bien español así que no hubo problema para comunicarnos. Se despertó muy temprano en la mañana y en silencio comenzó a preparar sus cosas. Yo dormitaba y pensé que sería bueno levantarse a pesar de la mala noche que había pasado. Me levanté y salí a ver el movimiento que había en el patio del hostel. Además de nuestras motos, estaban las de 4 brasileños que volvían de Ushuaia, el fabuloso sidecar de una pareja francesa que se dirigía hacia Ushuaia y la BMW 650 amarilla de Cor.
Él necesitaba salir temprano ya que tenía que estar antes de las 14:00 en Porvenir, la localidad al oeste de la isla desde la cual parte el ferry que lo llevaría hasta Punta Arenas, su próximo destino. Mientras buscaba al encargado del hostel para pagar su estadía le expliqué que recién llegaba a las 8:00 hs. Eran las 7:00 de la mañana. Para que no perdiera tiempo esperándolo me ofrecí a pagarle yo, que me dejara el dinero y luego le enviaría la foto del recibo por whatsapp para que le quede constancia del pago. Aceptó, me dejó su número de teléfono, nos saludamos y partió.
Más tarde intenté conversar con alguien más, lo que me resultó difícil ya que ni los brasileños ni los franceses que estaban hablaban español. Solo con un brasileño muy simpático, dueño de una hermosa BMW 1200 azul, pude conversar algo.
Un rato después del desayuno vino Karina. Se había escapado del trabajo para saludarme y aprovechamos para tomarnos la “selfie” que había quedado pendiente desde nuestra cena cuando pasé de ida a Ushuaia.
Con el transcurrir de la mañana se fueron yendo todos y nosotros entre la compra de un tornillo que necesitaba Rogelio para el parabrisas de su moto y los preparativos y charlas varias terminamos partiendo recién pasado el mediodía. ¡Tardísimo!
Este salir tan tarde de Rio Grande terminó siendo determinante para el curso del viaje. Pronto sabrás por qué.
Fuimos a cargar combustible y al fin partimos hacia San Sebastián, donde está la aduana y la estación del ACA de buenos sanitarios pero muy cara para comer algo.
Cuando llegamos se había levantado un viento muy fuerte que venía del oeste, o sea bien de frente. En un momento que giro para estacionar la moto una ráfaga me tomó desprevenido, no pude hacer pié y caí con mi moto al piso. Primer tropiezo del viaje. Hoy creo que ese martes debería haber sido 13 por todo lo que me pasó ese día.
Tuve que desmontar toda la carga: bolso, alforjas, bidón y top case. Luego Rogelio me ayudó a poner la moto nuevamente en pié.
Almorcé un tostado con un café con leche en la confitería. Desde el desayuno temprano en el hostel no había comido nada más y aún quedaba un tramo largo, considerando el ripio, por recorrer.
Rogelio, para ganar tiempo, salió adelante para ir haciendo los trámites de aduana. Digamos que iba unos 10 minutos delante mío en las colas que hay que ir haciendo delante de cada ventanilla.
Apenas salís de la aduana argentina empieza el ripio. Eso sumado al fuerte viento en contra y al polvo levantado por los camiones que pasan constantemente no me hacía las cosas muy fáciles que digamos. Entre ambas aduanas hay unos 10 kms. Llego a la aduana chilena y estaciono la moto a reparo del viento.
Cuando llego hasta la ventanilla de recepción de la papelería, el empleado al verme con el casco en la mano me pregunta:
¿Usted viaja en moto?
Si (respondo algo que para mí era obvio).
¿Y viaja solo?
Así es.
Pues aquí en el papel que me ha entregado dice que usted viaja en una Kangoo, que son dos personas y que su nombre es Osvaldo Cáceres.
¿?
¡Te imaginarás mi expresión al escuchar eso!
Resultó que la empleada a la salida de la aduana argentina se equivocó al entregarme los papeles, me entregó los de otra persona ¡y yo los firmé SIN SIQUIERA LEERLOS! ¡Qué horror! No tenía otra alternativa que regresar hasta la aduana argentina y hacer otra vez el trámite de salida de Argentina.
Ante esta situación hablé con Rogelio y, dada la hora y el trecho que nos quedaba, le dije que continuara él porque le iba a hacer perder mucho tiempo. De última que me esperara en la cola para subir a la balsa. El plan era cruzar el estrecho y pasar la noche nuevamente en San Gregorio, en lo de Rupe, donde tan bien nos habían atendido al venir.
Ni se nos ocurría utilizar el celular dentro de territorio chileno porque el precio del roaming, al menos en esos días, era carísimo. O sea que una vez que entrabamos a Chile quedamos incomunicados hasta tener internet nuevamente o entrar a Argentina.
Volver hasta la aduana argentina y repetir todo el trámite me llevó bastante más de una hora. Para cuando salí de la aduana chilena con rumbo a la balsa Rogelio ya me había sacado mucha ventaja.
Calculo que habrá sido entre las 17:00 y 18:00 hs. El viento era fuerte, la primera parte se viaja hacia el norte, por lo que el viento cruzado desde el oeste -mi izquierda- hacía que recibiera toda la tierra que levantaban los vehículos que venían de frente. Al principio no había mucho tránsito. Iba todo bien y tranquilo. En un momento tomé un desvío equivocado por hacerle caso a un cartel y no a mi instinto que me decía que no era por ahí. Cuando noté que la ruta se angostaba sospeché que no era la misma por donde había pasado a la ida. Me detuve, verifiqué con el GPS de mi celular y efectivamente, era un camino secundario (o sea un ripio peor todavía) que también llevaba a Cerro Sombrero, como decía el cartel. Volví sobre mis pasos y retomé la ruta correcta. Más pérdida de tiempo…
Recordaba que cuando vinimos ese ripio no había representado ningún problema por lo que iba tranquilo. En un momento la ruta gira directo hacia el oeste, y noto con sorpresa que mientras estuvimos en Ushuaia vialidad chilena había realizado tareas de mantenimiento. Estas consisten básicamente en agregar una nueva capa de piedras al ripio existente. Posiblemente esto sea mejor para los autos y camiones, pero para la moto -o para mí personalmente- ese ripio suelto fue un verdadero calvario: ¡parece que estuvieras rodando sobre bolitas (o canicas)!
Esos últimos 50 ó 60 km de ripio fueron terribles. Tenía el viento de frente, el tráfico en sentido contrario había aumentado, muchos camiones, mucha tierra y el sol que se ponía justo adelante. Venía mal dormido, mal comido, malhumorado por lo de aduana… y ¡encima esto! Me detuve a hacer una “escala técnica” y cuando arranqué, la rueda trasera se enterró en el ripio. Aceleré para ver si la sacaba y la moto dio un coletazo y nos caímos en la banquina.
Pienso que estar “protegido” no es que las cosas malas no te pasen, sino que si te pasan que sea en una situación favorable. Esto viene a que justo en ese momento, unos metros detrás mío, venía un muchacho chileno en una Toyota Hilux, que al ver mi caída se detuvo y me ayudó a poner la moto en pié. No sé si hubiera podido hacerlo solo, porque me costaba afirmarme en el ripio para hacer fuerza para levantarla… pero bueno… la providencia quiso que este muchacho estuviera justo para ayudarme.
Esperó que cargara todo en la moto nuevamente -la descargué para poder levantarla- y luego de darle repetidamente las gracias, me subí, esperó a que arrancara y siguió su ruta. Ángeles de la ruta que Dios te manda cuando los necesitas.
El ripio seguía suelto y yo me daba aliento a mi mismo esperando que solamente fuera un tramo corto pero no… habían aplicado ripio nuevo en TODO el resto del camino. ¡Qué los parió! ¡Tan bien que había venido! El sol bajaba más y más, no quería llegar de noche a la balsa, la tierra que levantaban los camiones se pegaba a la visera del casco y con el sol de frente cada vez podía ver menos. Llegó un momento en que tenía que levantar la visera del casco porque la tierra que tenía me hacía imposible ver. Obviamente, la tierra se empezó a pegar a los cristales de mis anteojos y pasó lo mismo… tenía que ver por “fuera” de los cristales… En el momento en que algún camión me pasaba de frente la nube de tierra impedía totalmente la visión y rogaba que no viniera ninguno de esos inconscientes que se largan a pasar a pesar de no ver nada por la tierra… Yo me concentraba en sujetar fuerte el manillar, no agarrar ninguna piedra grande o filosa, y que la rueda siga girando en primera o segunda marcha. Más rápido era imposible… en algún momento se iba a terminar.
Eran irreproducibles las palabras que profería dentro del casco para darme ánimo, sobre todo dirigidas a las familias de todos los funcionarios encargados de vialidad chilena…
El sol se puso tarde, tal como ocurre en verano en aquellas latitudes, y al rato pude divisar, como un náufrago que ve tierra… ¡el brillo del hermoso, bello y adorado asfalto! ¡Al fin acabaría mi suplicio! En cuanto llegué a piso firme me detuve un momento para aflojar toda la tensión que llevaba dentro, revisé la moto para ver si no había ninguna consecuencia de la caída y si estaba todo en su lugar. Tomé un poco de agua y unas galletas, caminé para estirar las piernas, limpié la visera e inmediatamente arranqué lo más rápido que pude rumbo a Punta Delgada donde rogaba que todavía hubiera algún servicio de balsa hacia el continente.
Desapareció el sol y la temperatura bajó rápidamente. La tarde había sido templada dentro de todo, pero con la llegada de la noche se empieza a notar el frío.
Llegué a la balsa cuando eran ya las 22:30 y obviamente no esperaba que Rogelio es-tuviera allí esperándome. En ese lugar al borde del agua no hay nada: ningún puesto donde tomar algo caliente o cubrirse del frío. Uno queda expuesto a la inclemencia del viento marino en la costa del estrecho esperando la llegada del ferry.
Tuve suerte ya que a los pocos minutos de esperar llegó una balsa, que si no me equivoco, por la hora, era la última. El encargado de acomodar los vehículos me dio la señal y subí, estacioné la moto y me preguntaba si Rogelio ya estaría alojado en San Gregorio. Eran las 23:00 hs cuando la rampa de la balsa bajó para dejarme seguir mi ruta ya nuevamente en el continente.
Era noche cerrada. El frío era intenso por lo que me detuve para abrigarme bien y enchufar el chaleco térmico.
Me dirigí hacia San Gregorio que está a unos 28 km. Recordaba que en esos lugares todo cierra temprano. Llegué cerca de medianoche, estaba todo muy oscuro, el hospedaje con las luces apagadas. Detuve la moto y usando la linterna intenté ver dentro del garaje si estaba la moto de Rogelio antes de tocar bocina o hacer algo para llamar la atención, ya que no veía a nadie dentro del restaurante que da a la calle.
No pude ver la moto (luego cuando nos reencontramos Rogelio me confirmaría que él sí estaba alojado allí) y para no seguir iluminando con linterna o tocando bocina busqué a ver si había algo abierto en los alrededores. En la esquina había un hotel, pero no tenían lugar disponible, así que tomé la decisión de continuar viaje hasta Río Gallegos y hacer noche allí. Iba a llegar muy tarde, pero seguramente encontraría lugar donde comer algo caliente y un hotel donde alojarme.
Miré el reloj y era bastante pasada la medianoche. Quedaban 95 km hasta Rio Gallegos y debía hacer antes el trámite del paso por aduana. Noche cerrada, el frío que se hacía sentir y el nivel de nafta en el tanque entra en reserva. No me preocupaba la nafta ya que llevaba dos bidones con nafta -el mío y el de Rogelio- pero hacía tanto frío que no quería parar a hacer nada. Además en la oscuridad no veía ningún lugar seguro como para detenerme y pasar nafta del bidón a la moto de noche. Si lo llegaba a necesitar lo haría ya en la aduana.
La ruta estaba desolada, solo dos o tres autos recuerdo haber cruzado. Hice los trámites en aduana y seguí hasta entrar a Río Gallegos. Viajé más despacio por ser de noche, por el frío y por la poca nafta que quedaba en el tanque.
Ese es un momento en que agradeces que TODO funciona bien: luces, faros auxiliares, calefacción, cubiertas… estaba en una situación en la que cualquier cosa que fallara generaría un momento bastante complicado.
En Río Gallegos entré a una YPF grande que tenía servicio full. El pecho y las manos las tenía bien, pero mis muslos estaban helados. ¡Y tenía hambre! Pedí una hamburguesa doble completa y de a poco el alma me volvió al cuerpo. ¡Qué día duro y largo! ¡Mi última comida había sido al mediodía y fue solo un tostado con un café con leche!
Mientras cenaba usé el celular para buscar algún hotel cerca: encontré el hotel París, llamé y me atendió el conserje. Tenían lugar disponible, el precio era aceptable (u$s25) y tenían lugar para guardar la moto.
Cuando llegué al hotel me estaba esperando. Estacioné la moto, descargué las cosas y las subí a la habitación que estaba en el primer piso, y así como estaba vestido caí rendido en la cama.
Mañana será otro día… por este ya había tenido suficiente.